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Fotografía ilustrativa del artículo

El Antropoceno: protagonista, Homo sapiens

Autoría: Francisco Anguita

Antropoceno , Debate Científico , Huella Ecológica

Un fantasma recorre el mundo académico de las Ciencias de la Tierra. Se le conoce como Antropoceno, que etimológicamente significa el tiempo reciente del hombre, y designa el periodo de la historia del planeta en el que nuestra especie ha alterado drásticamente su medio ambiente.

¿Por qué llamo fantasma a este término? Porque, desde que se acuñó, en 2000, la controversia científica sobre su legitimidad no ha hecho más que aumentar, sin que se vea todavía un final a este debate. Revisemos primero estos cambios, y después analizaremos si la discutida palabra merece entrar en el diccionario científico.

Como historiadores que son, los geólogos dividen la evolución del planeta en periodos, cuyos límites están marcados por grandes cambios, como las cinco grandes extinciones acaecidas desde que se formó hace unos 4500 millones de años. El periodo actual comenzó hace 11.700 años, y se llamó Holoceno (literalmente, “lo más reciente”). En esta fecha acabó el último periodo glacial, el hielo se retiró de las latitudes medias y comenzó un largo periodo interglacial, etapa de clima suave que los cuatro millones de sapiens que entonces formaban toda la población mundial aprovecharon para extenderse por el planeta. En esta colonización hay dos momentos críticos, en los que los cambios se incrementan: la llamada Revolución Industrial (hacia 1850, cuando ya éramos 1000 millones), y el que se conoce como Gran Aceleración (en 1950, con 2500 millones), que para muchos científicos es, como veremos, el comienzo del Antropoceno. Desde 1950, la población de la Tierra se ha triplicado, superando hoy los 8000 millones. Cada cinco días hay un millón más de personas sobre la Tierra.

No es difícil entender las consecuencias que este desbordamiento poblacional ha tenido en nuestro planeta. Las necesidades de tal cantidad de personas en alimentación, espacio vital o uso de recursos (materiales y energéticos) han llevado a una sobreexplotación de los sistemas terrestres (atmósfera, hidrosfera, biosfera) cuyas consecuencias son ya muy visibles: destrucción de ecosistemas, contaminación de la atmósfera y los océanos, alteración del clima.

Los sistemas terrestres en el Antropoceno

1.- La atmósfera

Hemos utilizado la capa de aire que nos protege (de la peligrosa radiación estelar y galáctica, de las tormentas solares) como vertedero de los gases emitidos por nuestras fábricas, centrales térmicas y los tubos de escape de nuestros 1.400 millones de vehículos a motor. Entre estos gases, los más perjudiciales son los óxidos de nitrógeno (NOX) y el dióxido de carbono (CO2). Los primeros reaccionan con la luz solar, generando nieblas artificiales (smog, Fig. 1), causas a su vez de graves enfermedades respiratorias; el segundo atrapa los fotones infrarrojos provenientes de la superficie terrestre, calentando el aire. Esto aumenta el efecto de invernadero causado de forma natural por la atmósfera (sin él, la Tierra estaría a -15ºC): es el Cambio Climático Global. La temperatura media de la atmósfera ha aumentado 1,15ºC desde la Revolución Industrial. Aunque este aumento puede parecer pequeño, ha sido suficiente, como vamos a ver, para desestabilizar la civilización moderna. Todas las previsiones apuntan a que una temperatura media mayor de 2,5ºC que la preindustrial haría inviable la vida en muchas regiones de la Tierra.

Una atmósfera más caliente provocará más evaporación, y su mayor contenido en energía y en vapor de agua generará riesgos en cascada: mayores incendios y tormentas más violentas acompañadas de lluvias torrenciales (Fig. 2).

Figura 2. Arriba, incendios forestales. Debajo, tormenta en la costa inglesa.
Créditos imagen Jerry Coli y pixundfertig para Pixabay

2.- La Criosfera
Éste es el nombre científico para las regiones de nuestro planeta cubiertas por hielo. Quizás el efecto más visible del Cambio Climático Global sea la reducción, en superficie y en espesor, de la criosfera (Fig. 3).

Figura 3. Arriba, variación de la temperatura atmosférica en las inmediaciones del Polo Norte, medida en 2017. Los colores cálidos indican mayor calentamiento (pero el círculo sobre el Polo Norte representa ausencia de datos). Abajo, grandes superficies de mar libre de hielo en las proximidades de la costa. Imagen de Taken para Pixabay

Debido a variaciones en la corriente polar de chorro, el calentamiento del aire sobre el Polo Norte es el doble de la media terrestre (Fig. 3 arriba). Como consecuencia, la extensión del hielo marino en el Ártico en septiembre de 2021 fue el 30% menor que la media entre 1980 y 2010 (Fig. 3 abajo). A su vez, este hielo fundido hace incrementarse el nivel del mar: la fusión total del hielo de Groenlandia y la Antártida Occidental provocaría una subida del mar de 11,7 m.

3.- La hidrosfera

En realidad, la fusión de los glaciares sólo es responsable del 40% de esta subida; el resto se debe al calentamiento (y por tanto, a la expansión) del agua. Este proceso puede ser muy rápido: en el anterior periodo interglacial (hace 14.500 años), la elevación de los océanos (18 m) se produjo a un ritmo de hasta 5 metros por siglo: toda una advertencia. Aunque el aumento medio actual del nivel del mar es de sólo 3,7 mm/a, episodios locales de inundaciones costeras se producen con frecuencia cada vez mayor (Figura 4). Y no se puede olvidar que el 10% de la humanidad vive en zonas costeras bajas. Una subida de 2 m del océano global obligaría al desplazamiento de casi 200 millones de personas.

Fig. 4. Inundaciones costeras se producen con frecuencia cada vez mayor, basta recordar los estragos del 2005 por el huracán Katrina o las recientes inundaciones en Bangladesh. Imagen: Pixabay.

El calentamiento de los océanos, un reflejo de la subida térmica de la atmósfera, se está acelerando: en el verano de 2023 la temperatura media del Atlántico Norte y el Mediterráneo fue hasta 7ºC mayor que en el periodo de 1980 a 2010 (Fig. 5).

Figura 5. Temperaturas del Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo en julio de 2023. Las zonas en negro están 7ºC más calientes que a principios de este siglo. Un biólogo marino ha comparado este proceso con un incendio en el mar. Gráfico de Scott Duncan, con datos de NOAA.

Igual que la atmósfera, los océanos, por último, han sido un vertedero de sustancias de desecho de las industrias humanas. Cada año se arrojan al mar unas 25 toneladas de petróleo, pero son los plásticos, omnipresentes desde el siglo XX, los que han tomado la delantera de la contaminación marina, formando “mares de plástico” en las zonas donde las corrientes marinas los acumulan. Y estas acumulaciones superficiales son sólo la parte visible: los plásticos más densos ya tapizan los fondos abisales (Fig. 6).

Figura 6, Arriba: Acumulaciones oceánicas de plásticos en los lugares donde las corrientes marinas forman remolinos. En la acumulación del Pacífico Norte se han estimado 334.000 objetos por km2, seis veces más que la masa de plancton. Abajo: Acumulación de basura (plásticos, sobre todo) frente a la costa de la Isla de Hainán (China), a 1900 m de profundidad. Zhong, G. y Peng, X. (2021). Transport and accumulation of plastic litter in submarine canyons: The role of gravity flows. Geology 49-5, 581- 586.

4.- La Biosfera

¿Cuáles pueden ser las consecuencias de las alteraciones climáticas para la vida en la Tierra? Un aumento tan rápido de la temperatura no puede ser asimilado por los seres vivos. Un ejemplo: desde 2010 las temperaturas de los veranos son demasiado altas para un funcionamiento correcto de la función clorofílica. Estos y otros ciclos biológicos se verán trastornados, y la invasión de especies tropicales será un desequilibrio añadido. El Mar Mediterráneo, con su limitadísima conexión al Atlántico, es un sistema en peligro grave: cada vez más cálido y salino, su deriva puede convertirle en un hábitat semejante al del Mar Muerto.

Otro riesgo que experimentan los mares es la acidificación. El CO2 se disuelve en el agua generando ácido carbónico, el cual libera iones hidrógeno:  CO2 + H2O ® 2H+ + CO3=que se combinan con el carbonato cálcico, transformándolo en bicarbonato cálcico,   2CaCO3 + 2H+ ® 2Ca(HCO3)2 que es soluble. Las víctimas de estos procesos químicos son los animales marinos (moluscos, corales) cuyos esqueletos están formadas básicamente por carbonato cálcico. El riesgo es mayor en mares fríos porque los gases se disuelven mejor a menor temperatura. Desde 1850, la acidez de los océanos ha aumentado en un 30%, y se calcula que en los mares polares el umbral de subsaturación (lo que equivale a disolución) del CaCO3 podría cruzarse esta misma década.

Como final, las principales agresiones humanas a la flora y la fauna del planeta: la deforestación de las selvas tropicales y la sobrepesca: exponentes perfectos de Homo sapiens como un depredador que, según un informe de la ONU en 2019, ha llevado al límite de la extinción a un millón de especies (Fig. 7 y 8).

Figura 7, Arriba Deforestación en la Amazonia. Dos tercios de las primitivas selvas tropicales han sido ya destruidas o degradadas por la humanidad. Abajo Fig. 8: en los últimos 50 años, la población de tiburones ha declinado en un 71%, un ejemplo entre un millón. Imágenes: Pixabay

¿Necesitamos el Antropoceno?

Concluido el catálogo (incompleto) de desastres medioambientales, podemos volver al tema del artículo. Los científicos partidarios de introducir el nuevo término argumentan que de esta forma tendremos mayor conciencia de nuestra presión sobre los sistemas de la Tierra, la llamada Huella Ecológica. Pero los detractores contraatacan: ¿Realmente necesitamos una palabra nueva para asumir que nuestra civilización ha tomado un rumbo inviable? La respuesta a esta pregunta es obvia, lo cual relega el debate a una cuestión puramente académica: es evidente que, aun aprobando la época antropocena, las ecoagresiones continuarían, salvo que nuestra especie consiguiese cambiar su deriva suicida. ¿Puede hacerlo?

Intentos previos han existido. Quizás el más importante fue la publicación, en 1972, del libro “Los límites del crecimiento”, donde mediante modelos informáticos se pronosticaba, en caso de no abandonarse el objetivo del crecimiento indefinido, el colapso de nuestra civilización hacia 2070. Esta profecía fue muy mal recibida: la revista Nature vio en ella “un tufillo del Juicio Final”. Y sin embargo, cincuenta años después, la misma revista ha rectificado, admitiendo que muchas predicciones del modelo se están cumpliendo. Otros científicos se han unido al impulso contra el crecimiento, siendo el más conocido el británico James Lovelock, famoso por su Teoría Gaia, quien en “La venganza de la Tierra” (2006) aboga por una limitación drástica de la población mundial, hasta un máximo de 1000 millones (recordemos, la población al comienzo de la Revolución Industrial). El Dr. Lovelock sugiere que la limitación voluntaria de la fecundidad podría obrar este milagro, algo sobre lo que yo personalmente tengo serias dudas. En la actualidad, una escuela (muy minoritaria) de economistas es partidaria del decrecimiento, una práctica que se enfrentaría a enormes problemas políticos, siendo el más visible la reducción del empleo.

Suponiendo que nuestra especie lograse salir del atolladero en que se encuentra, y también que el discutido Antropoceno consiguiese la aprobación de varios comités científicos (la Unión Internacional de Ciencias Geológicas en último lugar), sólo quedaría buscarle una fecha de comienzo. Ya adelanté que 1950 era el momento favorecido por muchos partidarios, y ello debido a que en esta fecha las pruebas de bombas atómicas (Fig. 10) se generalizaron, y con ellas las trazas de plutonio en los sedimentos.

Figura 9 arriba: La domesticación de animales y semillas en Oriente Próximo (en el grabado, en Egipto) supuso los primeros cambios ambientales importantes (Antropoceno largo). Figura 10 abajo: el Antropoceno corto estaría marcado por la proliferación de pruebas nucleares. Créditos Pixabay.

Pero otra escuela se opone frontalmente, arguyendo que el hombre lleva mucho más tiempo alterando el planeta: la domesticación de semillas (revolución neolítica) se produjo en Oriente Medio hace 11000 años, y la de animales en China hace 9000 años. La quema masiva de bosques (con emisión cuantiosa de CO2) para obtener tierras de labor, en las mismas regiones hace 7000 años. La ganadería y la siembra de arroz desde hace 5000 años incidirían en el aumento de metano en la atmósfera. Según estos datos históricos, no llevamos sólo setenta años cambiando el ambiente planetario: lo hemos hecho desde que formamos las primeras sociedades.

¿Antropoceno corto o largo?

Muchos científicos creen que este dilema carece de importancia, y nos recuerdan que, con o sin Antropoceno, el gran reto de nuestra especie para este siglo y los siguientes será lograr que grandes extensiones del planeta Tierra no se vuelvan inhabitables. Una cuestión de supervivencia.

Francisco Anguita fue profesor en la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid entre 1970 y 2008.

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