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Fotografía ilustrativa del artículo

Pero, por fin, ¿quién mató a los dinosaurios?

Autoría: Francisco Anguita

Dinosaurios , Geología

En abril de 2019, la revista Nature, la máxima referencia mundial en revistas científicas generalistas, publicó un editorial con el título: «Why we can’t get over the death of the dinosaurs?«. Literalmente, «get over a death» significa dejar de llorar a un ser querido que falleció. Irónicamente, alude a la insistencia de los científicos, que llevan cuatro décadas enredados en feroces discusiones sobre la causa de la extinción masiva y repentina del 76% de la vida, dinosaurios incluidos, hace 66 millones de años [Ma]. Por decirlo con otras palabras, ¿Es que, disponiendo de todas las herramientas de la ciencia moderna, los científicos son incapaces de ponerse de acuerdo sobre un suceso reciente (66 Ma representan sólo el 1,5% final de la historia de la Tierra) que ha sembrado de huellas el planeta entero? ¿Por qué?

Como en casi todas las polémicas científicas, detrás de ésta hay una historia de egos, de rivalidades personales. Antes de 1980, los paleontólogos no tenían un relato coherente de la extinción. Entonces jugó sus cartas la casualidad, un factor que debería incluirse en el método científico junto con la propuesta de hipótesis, la experimentación y la conclusión: buscando medir la velocidad de sedimentación al final del periodo Cretácico, en el que vivieron los últimos dinosaurios, un equipo encabezado por el físico Luis Alvarez descubrió en Italia una capa de arcilla enriquecida en iridio, un elemento muy raro en la corteza terrestre pero común en los meteoritos. Esté límite se llama K/Pg (de Kreide, Cretácico en alemán, y Paleógeno, el siguiente periodo geológico). Luego llegaron hallazgos semejantes en Dinamarca, en España, en países caribeños, en los fondos oceánicos: al final del Cretácico, una lluvia de material meteorítico había bañado el planeta. Alvarez y su equipo concluyeron que un asteroide de al menos 10 km de diámetro había colisionado con la Tierra generando al explotar una catástrofe ambiental que acabó con los muy especializados dinosaurios.

El límite K/Pg (capa amarilla) en Zumaya, Guipúzcoa. Foto, F. Anguita.

Casi al mismo tiempo, los paleontólogos obtuvieron edades precisas de una gran erupción volcánica en la región del Decán, al noroeste de la India, hacia el final del Cretácico.
Capas basálticas del Decán, en la India. En Svensen, H.H. et al. (2019)

No es de extrañar que prefiriesen explicar la extinción a través del vulcanismo, ya que existían indicios de que otras extinciones masivas habían coincidido con grandes erupciones volcánicas. Veían, en cambio, el impacto de un asteroide como una hipótesis exótica, que dejaba además muchos cabos sueltos. Una colisión de ese calibre, y tan reciente, tendría que haber dejado un gran cráter de impacto muy visible. ¿Dónde estaba?

Así quedaron definidos los dos campos antagónicos, que de manera informal fueron capitaneados por Jan Smit (Universidad Libre de Amsterdam), quien desde el principio estuvo a favor del impacto, y por Gerta Keller (Universidad de Princeton, EE.UU.), que abanderó a los partidarios del vulcanismo. Como en la novela de Joseph Conrad «Los duelistas», Smit y Keller llevan años retándose pero no en campos de batalla sino en las revistas y congresos científicos en los que los especialistas dirimen sus diferencias.

Los duelistas continuaron afilando sus armas. A partir de 1990 se fueron reuniendo datos inconexos pero que en conjunto demostraron la existencia de un gran cráter de impacto (Chicxulub, 180 km de diámetro) a caballo de la costa norte de la Península de Yucatán, en México. Su edad, determinada con datos micropaleontológicos de precisión, coincidía con la del límite K/Pg con una precisión del 0,04%.

Reconstrucción geofísica de la depresión causada por el impacto asteroidal en Yucatán. En Gulick, S.P.S et al. (2013)

Pero el bando volcánico también realizó avances: dataciones realizadas con métodos radiométricos cada vez más precisos mostraron que los volcanes del Decán habían entrado en erupción 300.000 años antes del final del Cretácico y habían proseguido 400.000 años después. Seguían, por tanto, siendo un serio candidato para la extinción.

Y, ¿qué tal una hipótesis de consenso? ¿Por qué no pudieron unir sus fuerzas el impacto y el vulcanismo, quizás el primero reactivando al segundo? En 2018, dos geólogos estadounidenses llevaron a cabo un intento de probar esta hipótesis dual. Partiendo de que las ondas de choque de una gran colisión causan su máximo efecto en las antípodas del lugar del impacto, reconstruyeron la posición del punto antipodal de Chicxulub hace 66 Ma.
Reconstrucción paleogeográfica de los continentes hace 66 Ma. La India no está en las antípodas de Chicxulub, y la dorsal oceánica más próxima (trazo azul al oeste de la India) es muy poco activa. En Byrnes, J.S. y Karlstrom, L. (2018)

El Decán no estaba allí, sino a 4000 km; pero el principal obstáculo para la idea dual es que las dorsales oceánicas (las grietas del fondo marino con vulcanismo activo donde se crea la corteza oceánica) próximas al Decán no mostraban signo alguno de reactivación volcánica.

Así que las dos escuelas tuvieron que volver a medirse cara a cara. Y 2019 ha sido un año decisivo en este combate. En febrero, dos grupos distintos (ambos estadounidenses con un colega indio) publicaron en la revista Science, el otro gran referente actual para la ciencia básica, sendos artículos con nuevas edades del vulcanismo. Curiosamente, los resultados no eran coincidentes: en uno de los trabajos se detectaba un gran pulso volcánico justo antes del K/Pg; en el otro, el vulcanismo previo al límite era muy escaso, mientras que el posterior era masivo. Pero, más importante, en esta última investigación se localizó un gran máximo térmico que empezaba 300.000 años antes del K/Pg pero decrecía 180.000 años antes de él. En el límite, la temperatura atmosférica era normal.       

Lavas del Decán (columnas de color) antes y después del límite K/Pg (línea vertical negra; el tiempo fluye hacia la izquierda); las lavas posteriores son mucho más abundantes. La curva negra es la temperatura atmosférica. El máximo térmico anterior al límite se ha atribuido a la desgasificación de la cámara magmática; pero su efecto desapareció antes de la extinción. En Sprain, C.J. et al. (2019).

Los autores interpretaron este máximo térmico como la consecuencia de la desgasificación de la cámara magmática, rica en gases de efecto invernadero como el CO2. Pero el hecho de que su efecto se diluyese antes del K/Pg demostraba que no pudo causar la extinción, dado que ésta fue rapidísima, como puede verse analizando la fauna del límite.

El brutal relevo faunístico que tuvo lugar al final del Cretácico se puede observar en sedimentos de Túnez. Cada línea es una especie de foraminíferos, fauna planctónica microscópica. La línea negra de trazos es el límite K/Pg. En Rey, J. (1983).

Esta conclusión ha sido reforzada por un estudio publicado, también en Science, en enero de 2020 y firmado por 36 científicos (oceanógrafos, geoquímicos, paleontólogos…), entre ellos la española Laia Alegret (Universidad de Zaragoza), que confirman y amplían los datos térmicos y fósilíferos. Conclusión: el impacto asteroidal pudo reactivar el vulcanismo, pero no lo necesitó para causar la extinción, de la cual fue su única causa.

¿Quiere esto decir que el juicio ha terminado? ¿Ya no más debates? En absoluto. Como argumentaba irónicamente el editorialista de Nature que cité al principio, parecemos incapaces de acabar con esta cuestión. ¿Será tal vez que los científicos no pueden vivir sin controversias? ¿O quizás que los dinosaurios atraen como imanes, desde su presentación en sociedad en 1854, nuestros sueños de aventuras en los mundos perdidos, cuando aún los mamíferos no habían imaginado que dominarían la Tierra?

 

Imagen principal de Jill White  para Pixabay 

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